“¿Cree usted que, en el mundo de hoy, hay un lugar
para la filosofía? —Por supuesto, pero
sólo si ésta se basa en el estado actual de los conocimientos y logros
científicos ... Los filósofos no pueden aislarse de la ciencia. Ésta no sólo ha
ampliado y transformado nuestra visión de la vida y del universo enormemente,
sino que también ha evolucionado las reglas con las que opera el intelecto. CLAUDE
LÉVI-STRAUSS (1988)”
“Ningún otro período de la historia ha sido más
impregnado por las ciencias naturales, ni más dependiente de ellas, que el
siglo xx.”
“En 1919 el número total de físicos y químicos
alemanes y británicos juntos llegaba, quizás, a los 8.000. A finales de los
años ochenta, el número de científicos e ingenieros involucrados en la
investigación y el desarrollo experimental en el mundo, se estimaba en unos 5 millones, de los que casi 1 millón se
encontraban en los Estados Unidos, la potencia científica puntera, y un número ligeramente
mayor en los estados europeos.”
“Como hemos visto la tecnología basada en las
teorías y en la investigación científica avanzada dominó la explosión económica
de la segunda mitad del siglo xx, y no sólo en el mundo desarrollado. Sin los conocimientos
genéticos, la India e Indonesia no hubieran podido producir suficientes
alimentos para sus crecientes poblaciones, y a finales de siglo la biotecnología
se había convertido en un elemento importante para la agricultura y la
medicina.”
“Así, a través de la estructura tecnológicamente
saturada de la vida humana, la ciencia demuestra cada día sus milagros en el
mundo de fines del siglo xx. Es tan indispensable y omnipresente —ya que hasta en los rincones más
remotos del planeta se conocen el transistor y la calculadora electrónica— como
lo es Alá para el creyente musulmán”
“ Pese a todo, el siglo xx no se sentía cómodo con
una ciencia de la que dependía y que había sido su logro más extraordinario. El
progreso de las ciencias naturales se realizó contra un trasfondo de recelos y
temores que, ocasionalmente, se convertía en un arrebato de odio y rechazo
hacia la razón y sus productos. Y en el espacio indefinido entre la ciencia y
la anticiencia, entre los que buscaban la verdad última por el absurdo y los
profetas de un mundo compuesto exclusivamente de ficciones, nos encontramos
cada vez más con la «ciencia ficción», ese producto —muy anglonorteamericano— característico
del siglo, en especial de su segunda mitad. (…)… en la segunda mitad del siglo
las contribuciones más serias al género empezaron a ofrecer una versión
sombría, o cuando menos ambigua, de la condición humana y de sus expectativas. Los
recelos y temores hacia la ciencia se vieron alimentados por cuatro sentimientos:
el de que la ciencia era incomprensible; que sus consecuencias (ya fuesen)
prácticas (o morales) eran impredecibles y probablemente catastróficas; que
ponía de relieve la indefensión del individuo y que minaba la autoridad.”
“Sin embargo, a partir de los años setenta el mundo
exterior afectó a la actividad de laboratorios y seminarios de una manera más
indirecta, pero también más intensa, con el descubrimiento de que la tecnología
derivada de
la ciencia, cuyo poder se multiplicó gracias a la
explosión económica global, era capaz de producir cambios fundamentales y tal
vez irreversibles en el planeta Tierra, o al menos, en la Tierra como habitat
para los organismos vivos.(…). No era tan fácil escapar de los subproductos del
crecimiento científico-económico. Así, en 1973, dos químicos, Rowland y Molina,
fueron los primeros en darse cuenta de que los clorofluorocarbonados,
ampliamente empleados en la refrigeración y en los nuevos y populares
aerosoles, destruían el ozono de la atmósfera terrestre. No es de extrañar que
este fenómeno no se hubiese percibido antes, ya que a principios de los años
cincuenta la emisión de estos elementos químicos (CFC 11 y CFC 12) no superaba
las cuarenta mil toneladas, mientras que entre 1960 y 1972 se emitieron a la
atmósfera más de 3,6 millones de toneladas. (…)Desde los años setenta empezó a
discutirse seriamente el problema del «efecto invernadero», el calentamiento
incontrolado de la temperatura del planeta debido a la emisión de gases
producidos por el hombre, y en los años ochenta se convirtió en una de las
principales preocupaciones de especialistas y políticos (Smil, 1990). El
peligro era real, aunque en ocasiones se exageraba mucho. Casi al mismo tiempo
el término «ecología», acuñado en 1873 para describir la rama de la biología
que se ocupaba de las interrelaciones entre los organismos y su entorno,
adquirió su connotación familiar y casi política”
“En consecuencia, todos los estados apoyaron la
ciencia, que, a diferencia de las artes y de la mayor parte de las humanidades,
no podía funcionar de forma eficaz sin tal apoyo, a la vez que evitaban
interferir en ella en la medida de lo posible. Pero a los gobiernos no les
interesan las verdades últimas (salvo las ideológicas o religiosas) sino la
verdad instrumental. Pueden a lo sumo fomentar la investigación «pura» (es
decir, la que resulta inútil de momento) porque podría producir algún día algo
útil, o por razones de prestigio nacional…(…) Estos fueron los fundamentos
sobre los que se erigieron las estructuras triunfantes de la investigación y la
teoría científica, gracias a las cuales el siglo xx será recordado como una era
de progreso y no únicamente de tragedias humanas.”
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