jueves, 12 de septiembre de 2013

Capítulo XVIII Brujos y aprendices La Ciencias Naturales Eric Hobsbawm


“¿Cree usted que, en el mundo de hoy, hay un lugar para la filosofía? —Por supuesto,  pero sólo si ésta se basa en el estado actual de los conocimientos y logros científicos ... Los filósofos no pueden aislarse de la ciencia. Ésta no sólo ha ampliado y transformado nuestra visión de la vida y del universo enormemente, sino que también ha evolucionado las reglas con las que opera el intelecto. CLAUDE LÉVI-STRAUSS (1988)”

“Ningún otro período de la historia ha sido más impregnado por las ciencias naturales, ni más dependiente de ellas, que el siglo xx.”

“En 1919 el número total de físicos y químicos alemanes y británicos juntos llegaba, quizás, a los 8.000. A finales de los años ochenta, el número de científicos e ingenieros involucrados en la investigación y el desarrollo experimental en el mundo, se estimaba en unos 5 millones, de los que casi 1 millón se encontraban en los Estados Unidos, la potencia científica puntera, y un número ligeramente mayor en los estados europeos.”

“Como hemos visto la tecnología basada en las teorías y en la investigación científica avanzada dominó la explosión económica de la segunda mitad del siglo xx, y no sólo en el mundo desarrollado. Sin los conocimientos genéticos, la India e Indonesia no hubieran podido producir suficientes alimentos para sus crecientes poblaciones, y a finales de siglo la biotecnología se había convertido en un elemento importante para la agricultura y la medicina.”

“Así, a través de la estructura tecnológicamente saturada de la vida humana, la ciencia demuestra cada día sus milagros en el mundo de fines del siglo xx. Es tan indispensable y  omnipresente —ya que hasta en los rincones más remotos del planeta se conocen el transistor y la calculadora electrónica— como lo es Alá para el creyente musulmán”

“ Pese a todo, el siglo xx no se sentía cómodo con una ciencia de la que dependía y que había sido su logro más extraordinario. El progreso de las ciencias naturales se realizó contra un trasfondo de recelos y temores que, ocasionalmente, se convertía en un arrebato de odio y rechazo hacia la razón y sus productos. Y en el espacio indefinido entre la ciencia y la anticiencia, entre los que buscaban la verdad última por el absurdo y los profetas de un mundo compuesto exclusivamente de ficciones, nos encontramos cada vez más con la «ciencia ficción», ese producto —muy anglonorteamericano— característico del siglo, en especial de su segunda mitad. (…)… en la segunda mitad del siglo las contribuciones más serias al género empezaron a ofrecer una versión sombría, o cuando menos ambigua, de la condición humana y de sus expectativas. Los recelos y temores hacia la ciencia se vieron alimentados por cuatro sentimientos: el de que la ciencia era incomprensible; que sus consecuencias (ya fuesen) prácticas (o morales) eran impredecibles y probablemente catastróficas; que ponía de relieve la indefensión del individuo y que minaba la autoridad.”

“Sin embargo, a partir de los años setenta el mundo exterior afectó a la actividad de laboratorios y seminarios de una manera más indirecta, pero también más intensa, con el descubrimiento de que la tecnología derivada de
la ciencia, cuyo poder se multiplicó gracias a la explosión económica global, era capaz de producir cambios fundamentales y tal vez irreversibles en el planeta Tierra, o al menos, en la Tierra como habitat para los organismos vivos.(…). No era tan fácil escapar de los subproductos del crecimiento científico-económico. Así, en 1973, dos químicos, Rowland y Molina, fueron los primeros en darse cuenta de que los clorofluorocarbonados, ampliamente empleados en la refrigeración y en los nuevos y populares aerosoles, destruían el ozono de la atmósfera terrestre. No es de extrañar que este fenómeno no se hubiese percibido antes, ya que a principios de los años cincuenta la emisión de estos elementos químicos (CFC 11 y CFC 12) no superaba las cuarenta mil toneladas, mientras que entre 1960 y 1972 se emitieron a la atmósfera más de 3,6 millones de toneladas. (…)Desde los años setenta empezó a discutirse seriamente el problema del «efecto invernadero», el calentamiento incontrolado de la temperatura del planeta debido a la emisión de gases producidos por el hombre, y en los años ochenta se convirtió en una de las principales preocupaciones de especialistas y políticos (Smil, 1990). El peligro era real, aunque en ocasiones se exageraba mucho. Casi al mismo tiempo el término «ecología», acuñado en 1873 para describir la rama de la biología que se ocupaba de las interrelaciones entre los organismos y su entorno, adquirió su connotación familiar y casi política”


“En consecuencia, todos los estados apoyaron la ciencia, que, a diferencia de las artes y de la mayor parte de las humanidades, no podía funcionar de forma eficaz sin tal apoyo, a la vez que evitaban interferir en ella en la medida de lo posible. Pero a los gobiernos no les interesan las verdades últimas (salvo las ideológicas o religiosas) sino la verdad instrumental. Pueden a lo sumo fomentar la investigación «pura» (es decir, la que resulta inútil de momento) porque podría producir algún día algo útil, o por razones de prestigio nacional…(…) Estos fueron los fundamentos sobre los que se erigieron las estructuras triunfantes de la investigación y la teoría científica, gracias a las cuales el siglo xx será recordado como una era de progreso y no únicamente de tragedias humanas.”

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